Carta a una mujer alcohólica
Carta a una mujer alcohólica
por Margaret Lee Runbeck
Dirigida a la mujer
que bebe todavía pero puede
sospechar que tiene un problema
Si yo viviera frente a tu casa y observara tu valiente y desesperada lucha contra tu enfermedad y
te hablara algunas veces cuando no pudieras
evitar tropezarte conmigo, no me atrevería a decirte lo que quiero decirte ahora. No me lo permitirías porque tendrías
miedo
de mí. Pensarías que yo formaba parte
de la conspiración universal en
contra tuya y te ofenderías conmigo por sospechar tu secreta agonía.
Si nos miráramos cara a cara, yo no podría encontrar un modo de hacerte saber cuánto me agradas. No podría
decirte que no encuentro en ti nada que despreciar o ridiculizar o que
sermonear, porque tú no me dejarías hablarte acerca de tu fatal enfermedad. Ambas fingiríamos que no existe.
Por lo tanto, tengo que escribirte. Te estoy escribiendo
una carta que pondré en un lugar
seguro donde tú la encontrarás y podrás esconderla de tu familia para leerla más
tarde.
Tú y yo empezamos por tener algo en común: Ambas sabemos que tú, secretamente, estás muerta de preocupación
debido a tu forma de beber.
Tú puedes tener cualquier
edad; una estudiante, una madre
joven, una profesional admirada, la esposa del hombre más
importante de la comunidad, una abuela de aspecto serio. Puedes ser
una extrovertida y el alma de la fiesta o una persona temerosa, con complejo de inferioridad
que tiene que sacar el coraje de la
botella antes de intentar
hacer cualquier cosa, por simple que sea para otra gente.
Puede que hayas estado bebiendo durante meses o años. Te sentirías horrorizada y lo
negarías acaloradamente si alguien te llamara
alcohólica, pero secretamente te estás preguntando
si no lo eres. Contestaré a esto inmediatamente diciendo que si no puedes
controlar tu forma de beber, si bebes más de lo que te gustaría admitir, es probable que seas una alcohólica.
Al decir esta palabra, me refiero a
una persona afligida por una enfermedad.
Está empeorando
progresivamente, reduciendo constantemente
nuestro mundo hasta que el único deseo
y la única realidad es el alcohol.
Por ser una mujer, tus hábitos de beber
son probablemente muy secretos,
puesto que has hecho todo
lo posible para ocultarlo
de todos, incluso de ti misma. Y puede que hayas logrado hacerlo. Quizás nadie sepa,
todavía, que hayas tomado un
trago. Porque no te atreves a beber un solo cóctel
en público, sabiendo que el primer trago es el tropezón en lo alto de una larga cuesta abajo en la que
inevitablemente te caerás.
Puede que seas una "bebedora de
dormitorio" y yo podría haberte seguido
en este momento a tu cuarto, donde estás intentando encontrar la botella
escondida bajo tu lencería o en una inocente caja de sombreros
en el último estante. Puede que tu
familia aún no sospeche nada
de tus frecuentes "dolores de
cabeza".
Por otra parte, puede que seas una de esas sombras que viven sus vidas en la penumbra de los bares.
Puede que seas la vergüenza del
barrio o el escándalo del pueblo. Puede que tu familia haya dejado de encubrirte y ni siquiera tus propios
hijos traten de buscar excusas para justificarte. O puede que incluso hayas perdido tu familia debido a tu impotencia
para controlar tu forma de beber.
Pero cualquiera que sea
la etapa en la que te encuentras en
este momento, todavía hay esperanzas
para ti aquí. Y no se
debe culparte ni avergonzarte. No te mereces los sermones ni
las agraviadas acusaciones que todo el mundo ha vertido en
ti: "Si nos amaras, dejarías de beber"; "No piensas en nadie
más que en ti misma"; "Debería darte
vergüenza, con toda la
educación y posibilidades
que has tenido". Tú no eres un monstruo egoísta e inmortal. Todo lo contrario.
Eres una mujer que está desesperadamente
enferma.
Después de comprender esto, el
siguiente hecho que tienes que aceptar es que estás libre de
toda culpa. Cuando admitas que
eres una alcohólica, ya no mereces
ser culpada y castigada (parte del castigo inhumano
que te has infligido a ti misma). Únicamente debes reconocer que estás enferma. Tu enfermedad es
peligrosa y puede
destruir todo lo que la rodea; si no se detiene a tiempo, puede destruir el cerebro y el cuerpo de su víctima. Pero
no es tu "culpa"
como no lo
sería si tuvieses
fiebre del heno o diabetes. Si eres alcohólica, el alcohol es un
veneno para ti.
No estás sola en la indescriptible tortura que es el alcoholismo. Hay miles de mujeres como tú en las etapas iniciales o finales de
desintegración. De los 65 millones de personas en nuestro país que hacen uso del alcohol para beber,
más de cuatro millones son bebedores problema.
Aproximadamente 650,000 son mujeres. Es difícil contarlas con exactitud porque las mujeres, especialmente las amas
de casa, pueden ocultar su condición
de alcohólicas mejor que los hombres.
Pueden ocultarla, al menos por un tiempo.
Pero la mujer alcohólica sufre más intensamente que el hombre; su psicología y su constitución son más complejas y sensibles. Puede tolerar menos su
propio desprecio de sí misma, y siente mucho mas profundamente el estigma social
que una ignorante sociedad todavía
pone
en el alcoholismo. Estoy segura de que no tengo que decirte esto. Desearía de todo corazón que todo esto no fuese sino una mera interesante teoría para
ti, pero sé que no lo es.
El falso valor con el que se visten los hombres
alcohólicos no llega a las mujeres
como tú hasta que casi han matado su verdadera
personalidad dentro de su cuerpo enfermo. He oído decir a muchas mujeres alcohólicas: "Estaba
completamente muerta
por dentro. Nada podía llegarme y ayudarme".
Para la mayoría de las mujeres es difícil admitir, incluso ante ellas mismas, que son alcohólicas.
Sin embargo, esta admisión es el
primer paso hacia la sobriedad y la cordura.
Si todavía no has dado ese primer
paso, déjame ayudarte a darlo hoy.
Pues si puedes admitir que tu pánico interior y tu devastación son síntomas del
alcoholismo, estás preparada para recibir ayuda.
Mi propósito al escribirte esta carta, es decirte que a pesar
de tu desesperada enfermedad, puedes "reincorporarte a la raza humana" y vivir una
vida razonablemente normal. De hecho, encontrarás
que esta vida es mucho más feliz que la de la
mayoría de la gente. No podrás volver
a la antigua vida que soportaste
antes que el alcoholismo te
derrotara. Esa vida no era lo suficientemente
buena para ti; intentaste escapar
de tu frustración y desesperación
por medio de la bebida. La vida de la
que te voy a hablar, está al otro lado de una gran experiencia, y tú
puedes encontrarla y ser exactamente lo que Dios tenía en mente cuando te creó.
Te voy a contar acerca
de Alcohólicos Anónimos. Ha conseguido
detener la forma de beber de varios millones de hombres y
mujeres desesperados y derrotados, rehaciendo sus vidas. Si tienes la suficiente humildad y deseo de ser ayudada,
no sólo hará que tu copa de hoy sea la última, sino que te dará una nueva forma de vida, indescriptiblemente buena y beneficiosa para todo aquel que la llega a conocer.
El público en general tiene poco conocimiento de la
manera en que funciona A.A. y de
hecho nadie puede explicarlo de una forma intelectual.
Pero existe
evidencia abrumadora de que
funciona. Después de admitirte a ti misma
que eres impotente ante el alcohol,
si sinceramente deseas ayuda, pones
tu vida en manos de un poder superior a ti misma.
En un plano superficial esto significaría muy poco, pero en el profundo plano
emocional en que ocurre esta entrega (con todos tus
sufrimientos respaldando
tu ruego), la fuerza más grande que
un ser humano puede experimentar es liberada. La presencia de este poder es más fuerte que
el alcohol, que hasta el momento había sido
la necesidad primordial, por encima del amor de la familia, el respeto propio y el mismo instinto de conservación. A los A.A.
no les resulta fácil explicar esta
tremenda experiencia. Pero no hay necesidad
de explicarla; sus resultados están
por encima de cualquier duda. Nadie sabe cómo funciona pero el hecho
es que funciona.
Vamos a hablar un minuto acerca
de ti misma. En primer lugar,
¿cómo te convertiste en alcohólica?
Con toda seguridad no simplemente por
maldad u obstinación. La ciencia médica y la
psiquiatría han establecido el hecho de que mucha gente bebe
en exceso debido a causas emocionales. He conocido a dos mujeres
que se convirtieron en alcohólicas porque perdieron a sus hijos,
y
muchas porque sus maridos les fallaron. La mayoría de los alcohólicos son perfeccionistas e idealistas.
Esperan realizar maravillas en sus
vidas y cuando no pueden vivir de
acuerdo
con sus ideales, les resulta imposible soportar
la desilusión que sienten de sí
mismos.
A pesar de lo que la mayoría de la gente cree, los alcohólicos tienen conciencias muy
sensibles. Se preocupan tan profundamente acerca de todas las cosas que no
pueden soportar la tensión de esta preocupación. Cuando una conciencia irresistible se junta con una inamovible incapacidad
para soportar las agonías de las preocupaciones, se
crea una invitación abierta al
excesivo beber.
Los conflictos emocionales de los supersensibles
individuos que son los alcohólicos, se hacen tan insoportables que
el escape, equivalente a una total destrucción, es la solución buscada. En algunos alcohólicos, un sentimiento de inferioridad nacido en
la niñez provoca un mecanismo de compensación que crea un insaciable deseo de
alabanza y éxito y nunca se
satisfacen con lo que obtienen. En las mujeres, el ego inflado demanda adulación, indulgencia y, en algunos casos, romances continuos.
Desilusionada por su
exigencia exagerada de perfección,
la mujer frustrada a veces cree en las
soñadoras promesas del alcohol,
el despiadado embustero. Cuando estas
tensiones emocionales existen además
de una alergia física, la ruina alcohólica es inevitable. La gente bebe porque no es feliz; no es feliz porque
bebe, y la espiral viciosa sigue girando hasta
que uno no puede distinguir entre la causa y el efecto.
El camino de la liberación de
esta insondable
tortura debe incluir tratamiento para la obsesión emocional y la enfermedad
física. La psiquiatría y la medicina han trabajado
juntas en miles de casos y en algunos han tenido éxito. Pero los
éxitos permanentes que han logrado han sido
desalentadoramente pocos. Se
conoce al alcohólico como "la
angustia de la profesión médica" porque demasiado a menudo el médico sabe
que este cuerpo derrotado y suicida que está tratando de
curar, regresará a él dentro de unos meses en las mismas o peores
condiciones.
Los resultados positivos de Alcohólicos Anónimos son, por otra parte,
inexplicablemente numerosos. En
algunos casos es increíblemente simple. Cuando se han agotado
sus propios recursos, piden
la ayuda de A.A. y desde ese día en
adelante no vuelven a tomar otra copa. En otros casos entran y salen del
programa durante meses. Conozco a una mujer
joven que lo intentó durante tres años. Incluso
algunos de los A.A. que trataban de ayudarla habían perdido la fe en sus posibilidades. Pero
ella, obstinadamente, creía que finalmente
podría dejar de beber. Una noche de la semana pasada asistí a la fiesta de su tercer
"aniversario" y la vi apagar las velas
de su tarta de cumpleaños.
No parecía la misma persona que tan desesperadamente había luchado durante
tantos indecisos años.
Cuando oyó por primera vez de A.A.
había estado bebiendo durante ocho
años, desde que tenía diecinueve. Finalmente, su familia le había dado por perdida porque se había hundido cada vez más
bajo hasta encontrarse fuera de su alcance. A sus 27 años representaba cuarenta - gruesa, desaliñada y sensiblera. Era casi imposible mirar a la alta, esbelta
mujer en su elegante
vestido blanco apagando las tres velitas y relacionarla con "aquella" gorda desastrada que tomó su última copa hace tres años. Recientemente se ha casado con un excelente hombre que la
entiende perfectamente y la admira con toda
justicia. Dicen haber conseguido el premio
mayor de la lotería matrimonial y debo decir que así parece.
Uno de los milagros de A.A. es que transforma los cuerpos
tanto como las emociones y las mentes. La verdadera sustancia de pelo y carne parece renovarse. Mujeres, cuyos
cuerpos habían sido degradados por el descuido y el abuso, valoran ahora su
apariencia, porque, como me dijo una de ellas: "Parece
que Dios hubiera pintado un nuevo retrato de mí misma".
No eran meras ilusiones cuando te dije que podrías encontrar
más que la felicidad mediana en
las vidas de los miembros de A.A.
De todos los grupos en el mundo, aquellos que se han rescatado a sí mismos de los horrorosos abismos del alcoholismo son los más
exuberantemente felices que jamás
pude conocer. No son indiferentes ni se encuentran
aburridos ahora; toda la vida ha
cobrado nueva
importancia para ellos. ¿No te parece increíble que tú puedas ser tan plenamente
feliz sin nada que tomar? Vas a aprender nuevos significados de la palabra
"felicidad".
Al encontrarte parada
fuera de una sala donde se celebra una reunión
de A.A.,
el sonido más frecuente que puedes oír es la risa. Suaves risas que sólo
pueden provenir de gente que ha mirado cara a cara a la destrucción y la catástrofe no sólo una vez sino continuamente durante largos años se encuentran libres y sin miedo. La risa, en fin, de gente que va tomada
de la mano de Dios y se siente
segura.
Esta es la base de Alcohólicos Anónimos; un hecho casi increíble
para un mundo semi temeroso de
esperar mucho de Dios en la vida diaria. La única cosa que decide si vas a encontrar o no
tu sobriedad es, según dicen los A.A., tu buena
voluntad. Buena voluntad para admitir
que eres impotente ante el alcohol y que tu vida se ha vuelto ingobernable. Luego, sinceridad
para poner tu vida y tu voluntad en manos de Dios, según tú Lo concibes. No es, de ninguna forma, una buena voluntad
superficial.
No se consigue hasta que sabes
que has agotado tu último recurso. Es
allí donde "la limitación del hombre es la oportunidad
de Dios".
Es un grito de ayuda tan profundo que a veces
uno mismo no lo reconoce como una plegaria, al menos hasta que ha sido contestado.
Por ejemplo, déjame
contarte cómo una amiga mía encontró A.A. La llamaré Nora aunque no es ese su nombre.
A.A. proporciona absoluto
anonimato y uno no debe vacilar
acerca de confiar en la discriminación
prometida. Nora había sido una niña infeliz en un hogar infeliz. Las cosas
nunca le habían salido bien y ella
no creía que jamás lo hicieran. Según iba creciendo, las tragedias se sucedieron una tras otra y buscó el escape en la bebida.
La primera cosa buena que tuvo
en su vida fue el amor que ella y su
marido se tenían. Poco después de casarse, Nora se dio cuenta de que
era alcohólica. Anteriormente, ella creía que
bebía porque era infeliz y ahora que era feliz, todavía se encontraba a sí
misma incapaz de dejar de beber. Hizo
todo lo posible para evitar que su marido se diera cuenta de la verdad
respecto a ella. Pero su vivo deseo del alcohol era tan incontrolable que tan pronto como él salía de casa por la mañana,
se tomaba varias copas de golpe. (Los alcohólicos
beben más rápidamente que otra
gente). Permanecía en la cama casi todo el día, odiándose a sí
misma. Cuando le parecía que la cabeza se le iba
a partir, se colocaba una bolsa de hielo y al llegar su marido,
rápidamente la deslizaba hacia su mejilla diciendo que le dolían las muelas.
Gradualmente, por supuesto,
su marido descubrió la verdad. Le rogó que le prometiera no volver a tocar
el alcohol y ella lo hizo con entusiasmo. Pero la próxima vez que se encontró
sola, fue impotente para resistir. Su marido le consiguió ayuda
médica, pero todo fue en vano. Estuvo internada
muchas veces en sanatorios y éstos
también fallaron.
Hace algunas noches,
cuando me estaba llevando a
una reunión de A.A. en la cárcel del condado, Nora me contó acerca de esa época. Me dijo:
"Nunca he estado encarcelada,
pero sé todo lo que hay que saber respecto a confinamiento en
solitario. El alcohólico tiene las
rejas de la prisión dentro de su propio cráneo. Vive detrás de esas rejas en solitario confinamiento".
Esta miseria continuó durante muchos años sin un rayo
de esperanza. Un día tuvo un
accidente de automóvil y los médicos le dijeron
a su marido que ella iba a morir.
Asombrosamente se recuperó y esto le
pareció una prueba más de su
mala suerte pues estaba harta de vivir.
En el camino de regreso del hospital su marido le
dijo que, por el bien de ambos, iba a internarla permanentemente en una institución. Ella accedió de buen grado, pues lo
amaba demasiado como para continuar matándolo
poco a poco.
Al llegar a su casa la metieron en cama inmediatamente y me cuenta que por primera vez en su vida, rogó
a Dios desde lo más profundo de su ser, diciendo: "Si puedes
escucharme, ayúdame". Se durmió
un rato y cuando se despertó,
le pidió
a su marido que llamara a un médico.
"¿Cuál de ellos, querida?" le preguntó, pues
numerosos médicos habían pasado por su
confusa existencia. Ella mencionó el
primer nombre que le vino a la mente,
un médico a quien no había
visto en muchos años. Media hora más
tarde, él estaba junto a su cama. Desde la época
en que, sin éxito, había trabajado en su caso, se había interesado en A.A.
Inmediatamente, telefoneó a la
oficina local de A.A. y al poco tiempo
una mujer miembro llegó a la casa de Nora.
Nora no ha vuelto
a tomar un trago desde entonces. Está convencida de que, desde el momento en que rezó su muy sencilla
oración, ésta fue escuchada.
Nunca dudó que su recuperación
estaba segura. Ella es ahora una mujer hermosa y amable; está llena de felicidad y libertad. El miedo y los sentimientos de
inferioridad y su creencia supersticiosa de estar marcada por la "mala
suerte" se han desvanecido completamente.
Su vida está repleta de actividad
e interés. Pero nunca, ni por un momento, olvida que ha entregado su vida y a sí misma al cuidado de Dios. Recuerda
que es una alcohólica incurable y que un trago
la volvería a sumir en la oscuridad.
Me cuenta que cada noche antes de
dormirse, dice: "Gracias, Dios, por haberme
mantenido sobria hoy".
Para mostrarte lo completa que es la alergia en algunos alcohólicos,
me gustaría contarte la historia de una abuela, a la
que pondremos el nombre de Juana, que se tomó la primera copa de su vida a los 59 años de edad. Sucedió en una fiesta con unos vecinos
nuevos. Los otros invitados
tomaron un vaso o dos de ponche, pero Juana no parecía tener hartura. De hecho,
antes que la fiesta terminara, la anfitriona le
convidó a unas cuantas copas más, pues resultaba divertido ver de
pronto a esta pequeña y
digna señora tan entusiasmada
con la bebida. Cuando Santiago, el marido de Juana, vino a buscarla,
ella estaba alegremente dando la lata
a todo mundo. Santiago la llevó a casa y la acostó, y ella se durmió inmediatamente.
Pero cuando estaba a punto de dormirse dijo: "Santiago, nos hemos perdido lo mejor de la vida. Mañana te voy a
preparar unos ricos tragos".
A la mañana siguiente, Juana fue resueltamente al almacén y compró
una botella de whisky. Su intención
era tomarse una copa,
con propósitos medicinales
y reservar el resto para cócteles con
el fin de mostrar a Santiago lo que se habían
perdido. Pero esa copa la llevó a
vaciar la botella entera. Era una
alcohólica, completa y totalmente desarrollada, que había estado
esperando la chispa que la haría explotar.
Desde ese día en adelante,
ella era una bebedora problema,
completamente fuera de control.
Al principio, parecía sumamente gracioso que esto le
hubiera pasado a tan digna señora.
Pero antes de que transcurriera un mes,
los dos sabían que ella tenía un verdadero
problema. Sus hijos no podían creer lo que
había sucedido. Parecía demasiado fantástico.
Pero no había ninguna duda
acerca de su alcoholismo, pues nada le importaba sino su ración diaria. Su pastor
rezaba por ella; sus nueras mantenían a los nietos fuera de su vista; su
médico
le dio una medicina, Antabuse, para hacerle desistir de beber. Pero eso casi
la
mató porqué, a pesar de las advertencias, ella bebió alcohol inmediatamente
después de tomar el Antabuse.
Siguieron seis años
horribles. Cuando no podía conseguir dinero de otra manera, salía a la calle a mendigar. Vendió sus vestidos,
le robó a su marido e incluso consiguió un trabajo limpiando un bar a cambio de tragos. El día
en que la policía la detuvo por
borrachera y alteración del orden público, fue cuando ella tocó fondo.
Entonces, por su
propia voluntad, asistió a una reunión
de A.A.
Fue el principio de su recuperación.
Una reunión de A.A.
es una gran experiencia para
cualquiera, incluso para una persona
no alcohólica, como yo.
Para empezar, te sorprende descubrir que no es una ocasión solemne. Te encuentras con una mezcla
de personas y, excepto aquellos que
asisten por primera vez todos están
riendo y hablando. La única señal distinta del
grupo
es que todo el mundo es extraordinariamente amable y afectuoso con todos los
demás. Es como si toda la timidez, vergüenza y pretensiones hubieran sido
dejadas a un lado y la gente actúa espontáneamente desde dentro y no desde una precavida apariencia.
Muchos A.A. me han dicho que, cuando asistieron a estas reuniones, por primera vez en sus vidas se sintieron como en
casa. Esto es fácil de entender porque nadie critica ni censura o se indigna o escandaliza
por nada. Aquí hay una total
comprensión,
porque cada persona presente ha sufrido el mismo
purgatorio. Aquí también hay gente a la
que no puedes engañar con las excusas, trucos y mentiras que el alcohólico
tiene siempre a mano. Aquí la gente
se las sabe todas -y alegremente así te lo dicen. Es un alivio encontrarse entre esta gente después de
haber vivido tantos años en un laberinto de mentiras y subterfugios. Es tan
emocionante como si hubieses descubierto una nueva raza sin vileza ni falso orgullo. Es tan cómodo como encontrarte en una habitación llena de gente, en la que todos son como diferentes
versiones de ti misma. Sabes que
puedes confiar en que ellos te vean como
realmente eres, tan buena o tan mala,
sin culpa ni
vergüenza.
Las reuniones se
desarrollan de una forma muy simple. En California,
por ejemplo, la reunión se inicia con la lectura de un capítulo
del libro Alcohólicos Anónimos,
titulado "Cómo trabaja". Un miembro se ofrece para
dirigir la reunión. Puede empezar diciendo: "Buenas tarde, amigos. Soy alcohólico".
Después de contar algo de su propia historia, presenta a los oradores que ha elegido para hablar de sí mismos. Cada orador,
hombre o mujer, cuenta cómo
era y cómo es ahora, y cómo realizó el viaje entre las dos condiciones.
Cuentan sus historias
con una franqueza total y a menudo con mucho humor. Un alcohólico que asiste por
primera vez a menudo se siente
enormemente impresionado, al igual
que aliviado, al escuchar cómo esos horrores, de los cuales siempre se había hablado en susurros indignados, ahora son
ampliamente comentados con palabra sencillas y mucha risa. Las inhibiciones y la autocondenación
demasiado dolorosas para ser
admitidas se vienen abajo como paredes de cera con esta terapia.
Cuando pregunto a los A.A.
cómo pueden reírse y bromear acerca de sus antiguos
sufrimientos, me dicen: "Bueno,
verás, todo eso le pasó a mi peor
enemigo, no a mí". Es la más sana forma
de divorcio del pasado que cualquier
terapia haya logrado alcanzar jamás. El pasado fue una serie de resacas; pero cuando el pasado se
marcha, no deja ni resacas
ni cicatrices.
Al final de la reunión hay un momento para orar en silencio; después, todos juntos, puestos de pie,
repiten el padrenuestro. Me parece imposible que
cualquiera que participe en esto
no se sienta conmovido. Después
hay café y dulces y una hora de compañerismo amistoso. Muchos alcohólicos han perdido todo en su vida social, y A.A.
les ofrece una oportunidad cómoda
de hacer amigos nuevamente y de
"pertenecer". Hay reuniones todos los días (en la
mayoría de las grandes ciudades por la
mañana y por la tarde).
Normalmente asiste una
pequeña
cantidad más de hombres
que de mujeres. Hay también reuniones sólo para hombres que se sienten menos
cohibidos cuando no hay mujeres
presentes, y grupos sólo para mujeres, algunos de los cuales se reúnen
por la mañana o temprano por la
tarde.
Además de los lugares normales
de reunión, en muchas ciudades se mantienen clubes donde
los amigos pueden comer juntos, jugar
al bridge, leer revistas o
simplemente charlar (una de las diversiones
favoritas de los alcohólicos después de años
de evasivas). Los alcohólicos
son de hecho gente gregaria
que se han lastimado profundamente a
sí mismos destruyendo sus relaciones humanas.
Ahora vuelven a confiar y a inspirar confianza con la mayor sinceridad.
El alcoholismo es una
enfermedad incurable; cualquiera que sufra de ella no
puede volver a beber socialmente. La
alergia
está presente por toda la vida pero
con A.A. no hay nada que
temer. Uno no tiene que esconderse del
alcohol o evitar a los bebedores
normales. Sólo se necesita estar alerta ante la primera copa -
siempre, por toda la vida. Los
A.A. dicen alegremente: "No te tomes el primer trago y nunca volverás
a tomar otro". Es posible hacer esto un día a la
vez. Los A.A. están íntimamente
conscientes de la presencia de Dios y
mediante esta intimidad consciente,
la multitud de problemas que una vez
destrozaron
cada fase de sus vidas son resueltos finalmente,
y la reconstrucción progresa casi sin esfuerzo.
Si has llegado a esta
parte de mi carta, mi desconocida
amiga, comprenderás que no te condeno
en absoluto. Y el cariño que siento
por ti se multiplica por miles. Todo lo
que tienes que hacer es extender la
mano y tocar ese cariño porque está esperando a entrar en acción por ti. En este
momento la ayuda está tan cerca de ti
como tu teléfono. El número está inscrito en la guía de teléfonos; búscalo en la A -Alcohólicos
Anónimos. Pide que una mujer venga a verte. No tienes que
decirle a nadie que has dado este paso. Cuando ella llegue, no tienes que
decirle nada doloroso acerca de ti
misma; no tendrás que decirle gran cosa. Ella lo sabe
todo acerca
de ti - más de lo que tú sabes de ti misma. Porque ella ha seguido
cada paso
del camino que tú has recorrido
e incluso más lejos. Y ha llegado a la
sobriedad y a la utilidad y a una vida que
nunca hubiera creído posible para sí misma.
Si encuentras lo que hay allí para ti, quizás quieras escribirme
y contármelo. O mejor que eso, quizás puedas
encontrar otra mujer y contárselo a
ella. ¡Que Dios te bendiga!